EngañONU o el arte de la pasividad internacional
La actitud de Naciones Unidas ante los talibanes es una prueba más de su inacción frente a atentados contra los derechos humanos, razón principal por la que se fundó
"Vosotros tenéis el reloj, pero nosotros el tiempo". Esta frase de los talibanes, refiriéndose a las tropas de EE.UU. y de sus aliados en Afganistán, define a la perfección lo que ha ocurrido en dicho país durante las últimas décadas.
Este territorio es conocido como "Graveyard of Empires" (en inglés, cementerio de imperios). Británicos y soviéticos, en su día, y estadounidenses, ahora, han enterrado allí influencias geopolíticas. Estar en el podio de la hegemonía mundial parece, aparentemente, el máximo placer que puede alcanzar una nación.
Pero la realidad te da un bofetón cuando piensas en el estrés continuo de tratar de dominar cualquier situación que crees podría beneficiarte o alejar a tus enemigos y que, sin embargo, se te hace bola. Especialmente, cuando libras una guerra que rumias sin resultados efectivos y con el sacrifico per se de vidas humanas. Ya lo dijo Biden hace unos días: "la misión de EE.UU. en Afganistán nunca fue crear democracia", sino evitar atentados terroristas en tierras norteamericanas.
Hoy en día, para cualquier país es un marrón meterse en un conflicto armado que, poco a poco, se está convirtiendo en algo prehistórico. Actualmente, las batallas de las que sacar provecho suceden en el ámbito tecnológico, con el Big Data y la inteligencia artificial, y, como siempre, en el dinero. Estas herramientas permiten controlar áreas geográficas, conseguir aliados y juguetear con técnicas de intimidación por tierra, mar y/o aire.
Como tantos otros casos, el de Afganistán demuestra que es muy fácil comenzar un conflicto y casi imposible terminarlo. Y más si con el tiempo surgen nuevos actores y, con estos, más intereses. La ONU intenta hacer cumplir los derechos humanos mientras haya unanimidad entre los cinco países que mandan en su Consejo de Seguridad: EE.UU., China, Rusia, Francia y Reino Unido. Y muchos de sus mensajes crean una imagen dulcificada de negociaciones con dictadores, a los que presenta como arrepentidos en potencia.
A su vez, asistimos al puzzle de los códigos diplomáticos, cuya norma se exagera o se salta a la torera. La primera opción es menos mala, pero el verdugo aparece reflejado como un igual, consecuencia del buenismo del otro negociador. Tener empresas en países gobernados por devotos de la opresión justifica ese teatro.
Me da la sensación de que entidades como la ONU y la OTAN pasan por el aro de los talibanes, aun sabiendo que tienen herramientas de presión sólidas. Dan la guerra por terminada, imitando la actitud de Chamberlain, el premier británico que firmó la paz con Hitler, tras la invasión nazi de los Sudetes checos y de Polonia.
Censuras y silencios
Gervasio Sánchez, periodista y fotógrafo, que trabajó en Afganistán durante 25 años, ha mostrado su indignación hacia la complicidad de los ejércitos occidentales con los señores de la guerra, permitiendo que la corrupción llegara al tuétano de las autoridades autóctonas. Además, en el caso de España, Defensa estuvo varios años impidiendo informar sobre asuntos que incomodaban al ministerio, bajo el paraguas de la "misión humanitaria".
Esto le sucedió a Mónica Bernabé, caso que menciona Sánchez en una entrevista reciente en laSexta Noche, donde también estaba presente dicha periodista, que tuvo que hacer una ruta entre dos ciudades afganas en tierra y bajo un burka, en vez de en helicóptero.
" Como periodista extranjera, estaba acreditada por la OTAN y tenía acceso a las bases de cualquier país, excepto las españolas", comentó Bernabé. Solo el núcleo amigo de PSOE y PP recibieron un buen trato, según Sánchez. Esta realidad duró hasta 2014, que cambió con el ejecutivo de Rajoy.
Por otra parte, el gobierno actual, a pesar de su buena labor con los refugiados, ha prohibido volar a periodistas a Afganistán con la excusa de "no ocupar espacios en los aviones e impedir evacuaciones". Países como Alemania, Francia, Italia, Reino Unido y EE.UU. lo han permitido. Encima, los medios españoles han estado callados por esa censura, como denuncia Sánchez.
Cada gobierno de los países que acudieron a Afganistán tienen sus faltas, además de que no hay, de momento, manifestaciones masivas en Occidente contra los talibanes y en defensa de la inmensa mayoría de los afganos, sobre todo, de las mujeres, las que más sufren la represión. Faltan líderes políticos que impulsen marchas multitudinarias.
Algo incomprensible, tras el eco del Me Too y del Black Lives Matter. Como lo es que no se vea rastro de movilizaciones a favor de otras minorías, ya sea por su religión, su cultura, su etnia, su sexualidad, etc. Por ejemplo, la represión de Xi Jinping contra Hong Kong, que todavía conserva la herencia británica colonial, no ha tenido un gran impacto ni en Europa ni en Norteamérica. Y se supone que el mundo anglosajón, el más influyente, tendría que encender una gran ola de indignación en este asunto.
Tantas naciones existen con la opresión por bandera, siendo obviadas por la ONU y la cobertura mediática internacional. Afortunadamente, hay testimonios de gente que han vivido ese horror. Como el de la de la historietista, pintora y directora franco-iraní Marjane Satrapi, con su obra, Persépolis, donde refleja biográficamente el devenir hacia el régimen de los ayatolás de su patria, vecina de Afganistán. Esta novela gráfica tiene una versión fílmica, también creada por la misma autora.
Sirva esta voz, de ciudadano de a pie y menor calado, como eco que ambiciona hacerse oír, más modestamente, pero formando parte del foro útil para la defensa de los derechos humanos.
Un artículo muy interesante donde describes la pasividad de la ONU ante los grandes conflictos mundiales y la crisis humanitaria de Afganistán. Me ha gustado mucho tu reflexión y no puedo estar más de acuerdo en todo contigo.
ResponderEliminarTengo la impresión que la ONU, que debería ser el organismo que defendiera a ultranza los derechos humanos, se queda a medio camino “en un querer pero no poder”. En esta última crisis, la de Afganistán, creo no ha tenido ni siquiera un valor testimonial. Me imagino que en unos días hará un comunicado y poco más.
La verdad es que EE.UU. (seguido de sus esbirros, entre los que está el ejército español según mi opinión) se ha ido de Afganistán con “el rabo entre las piernas”. La guerra no ha terminado pero se retiran porque no pueden ganarla y por el coste humano, económico y electoral que le supone.
Ahora lo que cabe es unirse todos los países democráticos para intentar evitar “la purga” que sin duda van a llevar a cabo los talibanes, y hacer frente a la nueva crisis humanitaria que se nos avecina de la forma más solidaria posible, cuando todavía tenemos en nuestra memoria la de Siria.
Abogo por la celebración de grandes manifestaciones internacionales a favor del cumplimiento de los derechos humanos en todo el planeta.