La viga que no vemos
El Mundial de Qatar ha sido un momento perfecto para reflexionar sobre nuestros valores en el consumo, de los que tanto alardeamos cuando observamos la paja en ojo ajeno
Cuando estamos concienciados con una causa, estamos dispuestos a lo que sea por ella. Una medida pasa por boicotear algo que va contra nuestros principios, pero la realidad es diabólicamente compleja. Evitar caer en la demagogia se parece a un ejercicio de funambulismo. Aunque no lo justifico, reconozco que la contradicción forma parte de la naturaleza humana.
Ahora que se acaba de celebrar el Mundial de Qatar, me vienen a la cabeza tantos y tantos eventos deportivos que se han realizado en países que tampoco se toman muy en serio eso de los derechos humanos. Y siempre hay un actor común en todos ellos: el dinero.
La única y grave pena del Mundial es el país en el que se celebra, donde los derechos humanos son una pantomima. Por lo demás, está trayendo grandes sorpresas, que podrían enganchar a cualquier no futbolero si se hubiese escogido otra sede. Marruecos llega a una semifinal, sin haberlo hecho antes. Croacia vuelve por tercera vez a la misma ronda que los magrebíes desde 1998, primera ocasión que participaron como país independiente. Y, además, con un bronce como broche al brillante torneo que ha hecho.
Hasta se han podido ver partidos que pudieron ser la final de 2018 en Moscú. Un Croacia-Bélgica (terceros y subcampeones, respectivamente) y un Inglaterra-Francia (los cuartos contra los campeones). Los encuentros de la ucronía, que hubieran sucedido en un tiempo alternativo. Como en la serie Dark o en el multiverso del Doctor Strange. Y, ahora, Messi contra su hipotético sucesor, Mbappé, el anterior portador del título. Dos jugadores y dos selecciones, la albiceleste y la bleu, otra vez cara a cara, como hace cuatro años, con revancha argentina de infarto.
Amigos que conozco, que solo ven fútbol cuando hay una Eurocopa o un Mundial, han pasado olímpicamente, nunca mejor dicho, de la edición qatarí. Aprecio su fortaleza moral para evitar caer en la tentación, ya que hasta los que más se aburren con el deporte rey disfrutan de estos torneos. No les digo con reproche "pero compramos productos de estados tiranos". Solo planteo esta realidad para reflexionar sobre la ética del consumo y los límites de lo moral. Aunque esto no justifique disfrutar de una competición organizada por sátrapas en esta edición.
A pesar de la propaganda al régimen de Qatar, también hemos podido ver mejor las hostilidades que allí existen, además de sus grandes defectos para albergar el Mundial, con las incomodidades para siquiera alojarse. Y del ridículo de su selección nacional, quedando última en su primera vez en el torneo, sin ningún punto y solo con un gol. De justicia poética, aunque ni la cuarta parte de la gran victoria de Jesse Owens en Berlín 36.
También hemos visto a un valiente con la bandera del orgullo LGTBI y una camiseta de Superman con mensajes de defensa de Ucrania y de las mujeres iraníes en sus manifestaciones contra la represión ayatolá. Aun así, el mal ya está hecho, tras doce años de pasividad de las federaciones para protestar por un cambio de sede.
No tengo complejos en decirlo: ha sido uno de los mejores mundiales que he visto. Y los Olímpicos de Pekín los sitúo en el primer puesto de los que he vivido, directamente. Habría que indagar en las hemerotecas cuánta campaña de concienciación ha existido con esta y otras polémicas citas deportivas. ¿Por qué parece que ahora hay más sentimiento de culpa? ¿Teatro o más consciencia real?
Admito que en los eventos deportivos más polémicos también se producen hitos o sorpresas. Da la sensación de que más que en otros celebrados en lugares no tan restrictivos. Con los partidazos que ha habido (especialmente, el de la final) nos lo han puesto muy difícil a los futboleros... y a los que no lo son tanto. Sin darme con un canto en los dientes, el pecado original se halla en la FIFA con la elección de Qatar como sede del Mundial y la aceptación de las selecciones, por mucho brazalete arcoíris que se luzca. Después de eso, la corriente lo arrastra todo. Muerto el perro, se acabó la rabia.
P. D.: Solo puedo decir que, a veces, por la emisión de pago de varios encuentros, he realizado un boicot cutre, tanto por trabajo como por máximas expresiones del tiempo libre, entre ellas, leer, nadar, salir a diferentes sitios con amigos y una buena siesta.
Enhorabuena por el artículo, comparto íntegramente tus opiniones.
ResponderEliminarConsidero que hay mucha hipocresía en el mundo del deporte y en especial en el fútbol. Lo único que prima es el poderoso caballero don dinero.
Aunque se hubiera merecido el boicot del mundo entero por el hecho de celebrar el mundial en Qatar, la verdad es que yo sin ser futbolero, he visto y seguido con interés el devenir de nuestra selección en dicho evento. Por supuesto, he visto con interés la final del mundial y celebrado la victoria de Argentina sobre Francia. Pienso que se lo merecía y con el añadido de encumbrar a Leo Messi como el mejor jugador de la historia del fútbol, que servirá como un bonito colofón para el cercano e inevitable final de su carrera futbolística.