El tridente VIP
En España, se ha impuesto la idea de que para conseguir una investidura de gobierno es imprescindible pactar con Vox, el independentismo o Podemos
En las numerosas encuestas que se realizan sobre intención de voto en unas hipotéticas elecciones generales, muchas veces, los medios españoles solo plantean pactos dentro de dos bloques: uno de derecha (PP, Ciudadanos y Vox) y otro de izquierda (PSOE y Unidas Podemos), que tiene garantizado el apoyo de los partidos independentistas. Se descarta un hipotético acuerdo entre socialistas y populares, que tampoco es una opción descabellada. Total, es lo que hacen conservadores y socialdemócratas en Alemania.
Cuando todavía Izquierda Unida era la única alternativa a PSOE y PP a nivel nacional, se la consideraba la formación imprescindible para que los de Ferraz pudieran ocupar la Moncloa con mayorías estables. Aunque algo menos que los soberanistas, era un socio prioritario. Por eso, hay una conclusión que saco de todo esto en las cuatro décadas de democracia en España: los dos partidos principales han pactado con el nacionalismo, y uno de ellos con la izquierda radical, para gobernar el país (y pronto el otro hará lo mismo con la extrema derecha). Esta situación es similar en las autonomías.
En su día, los socialistas empezaron dirigiendo regiones con el beneplácito de Podemos; ahora el Ejecutivo central es una coalición de ambas fuerzas. La relación entre Casado y Abascal también está fuertemente consolidada en el ámbito local, algo que ya indica que la tendencia se va a repetir en el lado opuesto en el momento en que Génova vuelva a ganar unas elecciones generales.
A lo largo de la historia reciente, se ha demostrado que la filosofía de populares y socialistas consiste en pactar con partidos que abrazan la radicalidad, con tal de evitar acuerdos mutuos entre ambos. Las elecciones de 2009 del País Vasco fueron una excepción, ya que el PSE recibió los apoyos necesarios para gobernar por parte de PP y UPyD, algo inédito en la Euskadi donde no se ponía el sol para el PNV desde el inicio de la democracia. Aunque la legislatura de Patxi López como lehendakari duró menos de cuatro años tras la fractura de acuerdos de la formación de la rosa con la del charrán, liderada por Antonio Basagoiti en la región. Desde ese momento, en 2012, Urkullu ha ganado los comicios de manera ininterrumpida.
Ciudadanos, al igual que UPyD, vende la bandera del consenso entre la izquierda y la derecha. Hasta hace poco, parecía que esa tendencia se vislumbraba, más o menos, por los naranjas en diferentes puntos de la geografía española, aunque varias veces por conveniencia electoralista. Sin embargo, también han heredado de la formación que lideró Rosa Díez algunos de los peores vicios de la política y de la vida, como el personalismo y la arrogancia, que condenaron a la irrelevancia al partido de la exmiembro socialista.
Albert Rivera siguió esta senda peligrosa de Díez. Tras las elecciones de abril de 2019, tuvo la oportunidad de formar un gobierno de coalición con el PSOE de 180 escaños. Pero se empeñó en descartar tal posibilidad. Por su parte, Sánchez estaba algo más dispuesto a ese experimento, aunque tampoco se esforzó mucho por llevarlo a cabo, coqueteando a la vez con Unidas Podemos y secesionistas. Si Rivera hubiera insistido en un acuerdo con el presidente, estos dos socios habrían cortado con este en las negociaciones. Ya ocurrió en 2016, cuando Sánchez y Rivera firmaron el famoso "pacto del abrazo". No sé si dormiría mejor, pero, probablemente, el actual inquilino de la Moncloa estaría más tranquilo. Como sus compañeros de viaje, cuyo partido no se encontraría al borde de la insignificancia.
Seguramente, más que pactar con Vox, lo que ha hecho más daño a Ciudadanos es desaprovechar la oportunidad que tuvo de coaligarse con el PSOE hace dos años. Esa unión hubiera molestado a los de Abascal, a Unidas Podemos y a los partidos independentistas. Y algo más evidente habría pasado: nos evitaríamos volver a votar meses después, para que encima los correligionarios de Trump quedaran en tercera posición, Iglesias llegara a ser vicepresidente y la versión catalana de Bildu, CUP, obtuviera representación en el Congreso. De aquellos polvos, estos lodos.
Soy consciente de que muchos consideran "lógico" que el PP y Ciudadanos pacten con Vox, por ser los tres de derechas, y que el PSOE pacte con Unidas Podemos, por pertenecer estos a la izquierda. Pero, ¿es cómodo formar gobierno con partidos que necesitan matices para condenar los escraches? ¿Es un avance fiar la legislatura a un socio que obvia las represiones del franquismo o, desde el lado opuesto, las del Frente Popular en la II República? Al igual que los nacionalismos periféricos han tergiversado la historia de los territorios donde han surgido, buscando una diferenciación ficticia del resto de España, los grupos de Abascal e Iglesias se obsesionan constantemente por cambiar nombres de calles. A lo mejor, algún día, con el visto bueno del separatismo, se ponen de acuerdo en quitar la estatua ecuestre del presidente decimonónico Espartero, situada en la emblemática calle madrileña de Alcalá. ¿Por qué? Era un militar... ¡facha! Pertenecía a los progresistas... ¡rojo!
Además de esta obsesión por reescribir la memoria colectiva, capaz de retirar estatuas de emperadores romanos, Vox y Podemos hablan de un radicalismo, ignorando otros. Mientras estos solo ven a la extrema derecha, aquellos vislumbran únicamente a la extrema izquierda como amenaza.
Otro aspecto que les une es la búsqueda de culpables en el mundo de las finanzas. Vox demoniza a Soros, y Podemos hace lo mismo con Amancio Ortega. Y algo en lo que coinciden ambos actores y el independentismo es en la exageración del poder del Ibex, cuyos gestores son probablemente 35 veces más fiables que los líderes de estas tres tendencias políticas.
Antes de pensar en pactar con alguien de estos actores, tampoco deberían quedar en un segundo plano sus ídolos internacionales. La simpatía de Vox hacia Trump y Banon, Le Pen, Orban, Salvini y Farage no es ningún secreto. Como tampoco lo es el aprecio de Podemos hacia Tsipras y Varoufakis, el Movimiento 5 Estrellas, Correa, Morales, los Castro y el chavismo. Y aunque, seguramente, la inmensa mayoría de los políticos separatistas no se identifiquen con Putin, algunos de ellos han buscado la complicidad del mandatario ruso para apoyarlos en su causa. Por ejemplo, Artur Mas, cuando era el president de Cataluña (su viaje a Moscú no tuvo éxito, ya que no fue recibido por el inquino del Kremlin).
Pienso que estas razones son suficientes para no buscar los apoyos para gobernar de, al menos, uno de los representantes VIP o VIPS (Vox, independentismo y Podemos). Pero me temo que PSOE, PP y Ciudadanos no parecen por la labor de romper esta deriva. Sánchez y Casado están obcecados por la reivindicación de las "esencias" de la izquierda y la derecha, respectivamente. Y Arrimadas continúa la tradición de Rivera, acordándose casi exclusivamente de los votantes conservadores y liberales, y dejando abandonados a los socialdemócratas. En los tres partidos reinan facciones con un sentimiento de complejo, que hace muy complicado transmitir un mensaje de "centralidad" con el que es más fácil conseguir mejores resultados a largo plazo, tanto electorales como de imagen.
En diciembre, El País publicó una encuesta de 40dB, donde Vox y Podemos son considerados los partidos que más contribuyen al deterioro del debate político. Además, Abascal e Iglesias son los líderes a los que más se asocia con la descalificación personal. De todos modos, estos aspectos no dejan ser banales. Como si estos representantes y sus formaciones fueran vistos como el paradigma de la retórica y del respeto a sus señorías. En mi opinión, casi ningún grupo del Congreso es un buen ejemplo de decoro institucional. Aun así, a pesar de los sesgos que pueda tener el estudio, lo que queda claro del mismo es que mucha gente destaca a los verdes y morados como principales focos de tensión parlamentaria.
Lo reconozco, no soy nadie para dar lecciones de ética política. Pero creo que tanto los pactos de PP y Ciudadanos con Vox como los del PSOE con Podemos y el independentismo generan frustración a todas las partes. ¿Acaso creen ERC y Junts que van a ver cumplido su fin último con Sánchez? ¿Piensa Abascal que PP y Ciudadanos harán la España que él demanda? Por eso, antes de unir a la derecha o a la izquierda a cualquier precio, lo básico es tejer la moderación. Y ante todo, respeto a los más opuestos a tus posturas. Porque, en mi opinión, cada miembro de los que yo llamo VIP tienen excepciones positivas. Y el Congreso es un buen sitio para intercambiar impresiones y llegar a consensos, sea con quien sea. Una cosa es eso, dialogar mesuradamente desde la discrepancia, tratando de entender las perspectivas dispares. Y otra bien distinta, arrodillarse incondicionalmente ante alguien solo para hacerse con el poder.
Estoy de acuerdo completamente contigo en las conclusiones que manifiestas para el buen devenir de la política española: moderación y consenso. Me ha sorprendido gratamente el análisis riguroso que haces del estado político español de los últimos años. Es, sin duda, un gran artículo periodístico. ¡Enhorabuena!
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