Fetichismo identitario

La cuestión catalana podría abordarse desde el punto de vista de que cualquier demarcación territorial es una ficción no tan primordial en el devenir de la globalización

El pasado septiembre fui a ver a los teatros del Canal, en Madrid, una obra de Els Joglars, Señor Ruiseñor, en el que se hace un gran homenaje a Santiago Rusiñol, pintor, escritor y dramaturgo catalán de finales del siglo XIX y principios del XX. Este barcelonés destacó por sus influencias impresionistas y modernistas, reflejadas en sus cuadros de temática paisajista.
En Señor Ruiseñor, un jardinero que deja su trabajo por culpa del reuma, es ubicado en el Museo Rusiñol, donde interpretará a dicho artista ante los turistas. El protagonista se enamora tanto del personaje al que imita, que podría decirse que es su reencarnación. Sin embargo, las autoridades catalanas deciden cambiar el nombre del establecimiento, renombrándolo como Museo de la Identidad. Incluso, la Generalitat pretende borrar todo rastro del pintor que pudiera denotar "españolidad" en sus obras.

Ante esto, el protagonista no se achica, y se atreve a presumir del valor del trabajo de Rusiñol contra cualquier tipo de censura y de tergiversación de la realidad que le pretenden imponer. Simboliza una oda a la supervivencia frente a los relatos sesgados de la ingeniería social. Representa la universalidad del conocimiento y de la belleza hecha arte. Vive con la pasión de un niño el legado del pintor, desafiando todos los obstáculos de la dirección del museo.

Señor Ruiseñor es una metáfora de lo que ocurre en Cataluña. El nacionalismo lleva décadas intentando destruir toda evidencia histórica que une a esta autonomía con el resto de España. La Guerra de Sucesión de 1714 es uno de los hechos históricos que ha manipulado a su manera, pintándola como una batalla de independencia catalana. Además, dicho movimiento político obvia el fuerte apoyo que había a la causa borbónica en la región mediterránea, a pesar de que la austracista tuviera más partidarios allí. 

De hecho, Castellterçol fue uno de los municipios que apoyó a Felipe V. En dicho pueblo barcelonés nacería después Enric Prat de la Riba, padre del nacionalismo catalán. Para más inri, el primer rey Borbón de España podría haber muerto en aquella guerra si no hubiera contado con la ayuda de los Dragones de Camprodón, un regimiento de dicha comarca gerundense.

Gracias a unos catalanes, Felipe V no cayó prisionero y venció a sus adversarios. Y los Decretos de Nueva Planta no fueron tan perjudiciales para Cataluña, ya que anularon las fronteras arancelarias en la Península y abrieron más a la región al mercado español y al americano.

Pero, ¿a quién le importa eso? ¿O que los Mossos d´Escuadra fueron en su origen una policía privada de los Borbones? ¿O que la zarzuela es una catalana? ¿O que el origen etimológico de peseta procede de la lengua de Verdaguer? El nacionalismo ha evolucionado hacia el independentismo con la pasividad de los gobiernos de la Moncloa, sin ser estos conscientes lo suficiente para darse cuenta de los esfuerzos de la Generalitat por tergiversar la historia y construir con éxito un sentimiento identitario acomplejado.

A pesar de su logro en el relato dentro de la sociedad catalana, el movimiento independentista está muy dividido por sus maniobras suicidas. Después del 27 de octubre de 2017, que es cuando supuestamente proclamó la independencia, sigue reivindicando un referéndum. Da la sensación de que el procés es más ficticio de lo que parece, y que el "ahora o nunca" de la secesión era más bien un ejercicio de subasta por contentar a un electorado concreto, con la ingenuidad de pensar que el Estado de Derecho cedería a sus pretensiones y que algún país les apoyaría en su causa.

No soy partidario de que encarcelasen a los que no cumplieron con el ordenamiento jurídico. En todo caso, tendrían que haber sido inhabilitados de la política durante un tiempo con fuertes sanciones de por medio. Aun así, quiero remarcar que en este asunto no hay presos políticos ni exiliados. Y si Puigdemont y compañía se saltaron la ley, estando dispuestos a hacerlo de nuevo, ¿qué confianza merecen para llegar a una "mesa de diálogo"?

Ese concepto no debería ser utilizado para acordar más autogobiernos, sino para decirles que en el mundo del siglo XXI no debería importar la identidad territorial, que la Unión Europea debe ser la base principal de casi cualquier competencia y que, en último término, la humanidad está por encima de cualquier artificio político-administrativo. Algo que se pudo haber hecho con Ibarretxe en su momento.

Los Ejecutivos nacionales siguen empeñándose en depender del PNV, que no piensa renunciar a su agenda identitaria. De este partido nunca se puede descartar que algún día se atreva de nuevo a enarbolar la bandera de la independencia. Ni siquiera en el supuesto de renunciar a ella para siempre, la estrategia de la formación dejaría de encaminarse a convertir el País Vasco en un oasis político y cultural con derecho de autodeterminación mediante una versión light del pujolismo.

Ante esta realidad, cualquier cesión a las pretensiones del nacionalismo es un acto de buenismo ingenuo. Acaso, ¿hemos oído a los separatismos hablar de un referéndum de reunificación con España en una Cataluña y Euskadi independientes? El secesionismo solo habla del derecho a decidir irse. Porque una vez conformado el nuevo estado nación, este es eterno, el paraíso en la Tierra. Pensar lo contrario es imaginarse a un muerto salir de una tumba. Además, ¿cómo estamos tan seguros de que se conformarían, no ya con una consulta, sino con formar nuevos países? Y, si, aun así, ¿su angustia siguiese intacta, llevándose una decepción mayor?

El entendimiento se consolidará si afrontamos juntos los retos del futuro cercano que afectan al mundo entero. La identidad nacional y el país de pertenencia deberían estar en un segundo plano, en el simbólico. Los estados son versiones disminuidas de la convivencia planetaria. Si nos obsesionamos con crear más, acabaremos desconectando y atomizando unas sociedades de otras. Los hechos históricos no se pueden cambiar, independientemente de nuestra identificación con ellos. Y frivolizar con los vínculos culturales supone un riesgo para cualquier ámbito, como el familiar.

Si es necesario negociar un referéndum de independencia con todas sus garantías, tiene que celebrarse en todo el territorio español. Y si el separatismo quiere cambiar las leyes para un plebiscito unilateral, puede presentar candidaturas conjuntas en todo el país para intentar superar la mayoría de dos tercios del Congreso necesaria. Hay que convencer más allá de la región correspondiente, sin gestiones meramente bilaterales entre la Moncloa y las administraciones autonómicas interesadas, en las que el resto de la población no cuenta nada para decisiones trascendentales.

Cualquier fanatismo es peligroso, especialmente para la cultura. Y Els Joglars lo muestra muy bien en representaciones como Señor Ruiseñor, donde reivindica el arte como "patria universal, a partir de Rusiñol, contra las patrias identitarias". Uno de los fundadores de la compañía, Anton Font, falleció el pasado de 20 de marzo. Este catalán de renombre impulsó la enseñanza de la expresión corporal en la educación de los actores y el teatro de calle, del mimo y del circo, siendo reconocido por ello tanto a nivel nacional como internacional. Descanse en paz.



Comentarios

  1. De acuerdo completamente en lo que expones en este artículo. Me ha encantado el análisis riguroso que ofreces.
    Yo, también pienso que el nacionalismo catalán manipuló y sigue manipulando la historia según sus intereses independentistas.
    Es una pena que buena parte de la clase política catalana, esté obsesionada en ir en contra de la sensatez y de la modernidad, aferrándose en una idea extemporánea que tanto daño produce a buena parte de sus propios ciudadanos, y por extensión a todo el estado español.
    Sabemos de la importancia de la Globalización y de los bienes que nos reporta (véase como ejemplo la gestión de la UE sobre las vacunas). La tendencia de los estados es eliminar fronteras y no a crearlas. A ceder competencias nacionales en pro de un gobierno multinacional.
    ¿Cuándo la cordura quitará la venda de los ojos nacionalistas independentistas?

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