Dos hombres y un destino

 Iglesias y Rivera tenían muchas expectativas por delante, pero no consiguieron suplantar al bipartidismo 


"No sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui". Así se despedía Pablo Iglesias de su carrera política, cinco años y medio después de estrenarse en el Congreso. Aquel año, 2015, debatió con Albert Rivera en la Universidad Carlos III de Madrid. Ambos se disponían a dar el do de pecho delante de un auditorio de estudiantes. Formaban parte de lo que se conocía como "nueva política". Con sus camisas blancas denotaban renovación y esperanza. Otro tono para la España de entonces.

Iglesias y su partido se presentaban como los adalides del 15-M, los mejores para reencarnarlo. Aunque este movimiento, por el marco narrativo de la transparencia y del cambio, también ha influido en los mensajes del resto de formaciones. Incluso de aquellas que nunca se identificarían con este fenómeno, surgido hace una década. Al fin y al cabo, desde diferencias abismales, a Podemos y Ciudadanos les unían medidas alternativas que ponían en cuestión temas sagrados para la hegemonía de PSOE y PP.

Ya el hecho de que Iglesias y Rivera acudieran a una universidad a debatir simbolizaba un gesto inédito de cercanía en España. Curiosamente, Mariano Rajoy, presidente del Gobierno por aquel entonces, y Pedro Sánchez rechazaron la invitación. Hoy en día, muy probablemente, negarse a esa oferta sería visto casi como un pecado de la comunicación política e impopular.


Albert Rivera y Pablo Iglesias, en la Universidad Carlos III de Madrid - AFP


En aquella época, Pablo y Albert triunfaban. Movilizaban con mensajes sencillos, pero llenos de contenido potente y atractivo. La presencia destacada de Podemos y Ciudadanos en asambleas municipales y regionales, con gestiones que podían solucionar demandas locales con facilidad, catapultó a estos partidos en el Congreso.

Ni siquiera IU y UPyD, sus homólogos ideológicos respectivos, consiguieron la mitad de escaños en sus mejores momentos. En vez de el Internet, era la política de las cosas: conectar con lo cotidiano y capaz de transformarlo con herramientas sencillas (o, al menos, venderlo así). Así se resumiría la clave del éxito de morados y naranjas.

Pero la fortaleza de ambos partidos era al mismo tiempo su debilidad: sus líderes. Su oratoria y su capacidad de atraer contrastaba con su personalismo. El todo y la nada convivían. Y más si el sistema en el que se movían es parlamentario, donde vencer al bipartidismo resulta una tarea elefantiásica.

Porque a diferencia de ellos, por mucho que Sánchez tuviera ingenio para resucitar políticamente, también es cierto que este milita en uno de los dos grandes partidos, precisamente, el que más ha ganado elecciones en la historia de la democracia reciente. Y eso significa un plus para alguien metido en política. De hecho, Casado pudo decir adiós a su carrera, cuando Ciudadanos se quedó a nueve escaños de sobrepasarle. A diferencia de ellos, Rivera e Iglesias no han tenido ese salvavidas de formar parte de grupos hegemónicos.

Aparte de eso, sus ambiciones de poder les ha costado votos y su dimisión. Rivera prefirió ser líder de la oposición que entrar en un gobierno de coalición con Sánchez. Olvidó que más vale ser el actor secundario para la formación de un gobierno varias veces (estés dentro o fuera del Ejecutivo) que obsesionarse con alcanzar el primer puesto. Es el rol que han jugado los liberales británicos y alemanes, y conservan su gran influencia, formando parte del Ejecutivo de turno cada dos por tres.

Por su parte, Unidas Podemos tiene la apariencia de ser un partido único en vez de una coalición. Además, Iglesias ya dejó claro en 2016 que ansiaba ministerios de gran envergadura, con la excusa de que solo en el poder se puede cambiar el sistema. Sus expectativas para este fin han sido tan altas, que han acabado cayendo por su propio peso, convirtiéndose en una fábrica de decepcionados a mansalva.

Y otro problema electoral de base es el de su pacto con el independentismo en casi cualquier cuestión, que le ha cerrado posibilidades de atraer a nuevos votantes de izquierda que consideran elemental la cuestión territorial. Esta hoja ruta ha sido su error desde el inicio, encasillándole en un espacio que ni siquiera conecta con un público identificado con una España más federal que la actual.

Rivera e Iglesias han sido vapuleados, pero quienes pagan el pato cuando un líder cae, son sus herederos. Por tanto, Inés Arrimadas y Yolanda Díaz o Ione Belarra (o quien salga elegido en Unidas Podemos en junio) tienen delante un marrón enorme: la tarea titánica de volver a movilizar votantes de manera ingente en la peor situación. Sánchez y Casado tienen asegurados los dos primeros puestos, gane quien gane.

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