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La polarización en EEUU. es consecuencia de la mutua pasividad entre republicanos y demócratas ante las deficiencias de su sistema electoral

Un 8 de noviembre de 2016, Donald Trump ganaba las elecciones contra los pronósticos de la inmensa mayoría de las encuestas. Seis años después, aparentemente, el principio de su fin en la política empieza a hacer mella con la derrota de los Republicanos en el Senado y una victoria ajustada en el Congreso. Aunque, irónicamente, el triunfo de un aliado suyo del partido, Ron De Santis, en los comicios como gobernador de Florida ha puesto más en jaque todavía su candidatura en 2024.

Ahora bien, eso no debería dar pie a que Biden se vea como un triunfador rotundo. El actual presidente peca de ingenuo, creyendo (o vendiendo) que su liderazgo y el apoyo demócrata se han consolidado, cuando, en realidad, ambos cuentan con fragilidades que le podrían delatar a él y los suyos en un par de años. De hecho, la victoria republicana ha sido mayor en el Congreso que lo que refleja el sistema electoral, con cinco millones de votos de diferencia (Hillary Clinton venció en las presidenciales de 2016 con casi 2,8 millones más, sin servirle para llegar a la Casa Blanca). Además, cuando se está en el poder, las quejas de la época de la oposición desaparecen.

Cuando Trump ganó las elecciones presidenciales de 2016, muchos protestaron con razón contra el sistema y la influencia rusa. Aunque, por otro lado, hubo manifestaciones violentas por no aceptar la victoria del magnate neoyorquino. De todas formas, con el triunfo de Biden, ese escepticismo con el voto mayoritario de los estados como decisivo parece haberse evaporado, si realmente existió alguna vez.

A la inversa, han ocurrido las mismas cosas, pero más a lo bestia. Si no la mayoría de los republicanos, una gran multitud de ellos pasó de ver normal la victoria de su amado líder a, cuatro años después, despotricar contra todo con el falso mantra del fraude, hasta el punto de alentar un golpe de estado en el Capitolio.

Si EE.UU. presume de la libertad del individuo, ¿por qué solo cuenta el voto de los ganadores en cada estado? El del país norteamericano es un sistema que hace las burbujas sociales más grandes entre diferentes ámbitos. Los republicanos no estarían dispuestos a cambiarlo, porque quieren mantener Texas. Lo mismo les ocurre a los demócratas con California. Una dictadura de la mayoría sobre la minoría que, a nivel nacional, se puede convertir en la de la minoría sobre la mayoría, como ya se demostró en 2016 y en el 2000, con la llegada de Bush hijo a la Casa Blanca.




Este es el gran elefante de la habitación que ha engordado la polarización en EE.UU.: el sistema electoral, especialmente el presidencial. Y que, recientemente, el derecho al aborto se haya convertido en competencia de los estados demuestra cómo las cuestiones más filosóficas pueden llegar a trivializarse, como si eso dependiera de un territorio de pocas diferencias culturales con otros del mismo país. O cómo también se federaliza una aberración como la pena de muerte.

Al igual que en el caso del aborto, ¿se hará lo mismo con el matrimonio homosexual, dejando este de ser un derecho nacional, con la posibilidad de prohibirlo en algún estado? Más que llamativo resulta el hecho de que haya demasiadas leyes locales, cuando allí hay escasez de sentimiento federal. El orgullo de Oregón, Wisconsin, Iowa, etc. apenas existe. "God Bless America" está por encima de todo. No hay un "cante jondo" de la patria chica, salvo las canciones Sweet Home Alabama o Take Me Home, dedicada con gran morriña a West Virginia.

De ahí la contradicción, con un sistema electoral que se obsesiona demasiado con la administración de cada estado, cuya exaltación es prácticamente inexistente en el sentimiento de orgullo de los estadounidenses. Y en un marco de trabas judiciales que dependen fuertemente de los poderes políticos y que frenan fácilmente muchas medidas de alcance nacional, frustrando cambios que podrían reconciliar a varias familias de republicanos y demócratas. Esto concierne a ambos partidos hegemónicos, que todavía siguen enrocados en defender la Constitución de finales del siglo XVIII, sin apenas cambios trascendentales. Un problema que, en momentos de crisis, sale más que nunca a la palestra, poniendo en entredicho hasta el dominio mundial de la nación norteamericana.

No solo es cosa de los republicanos, como interpretan la mayoría de los medios en España; o de los demócratas, como hacen ver otros minoritarios que muestran sin disimulo su entusiasmo por Trump y sus lacayos de otras partes del planeta contra aquello que llaman el "globalismo". Aunque temas como la restricción del aborto, la permisividad de la pena de muerte o de portar armas proceden más de los ideales del partido del expresidente neoyorquino, el cómo están elaborados los procedimientos también depende de la formación de Biden, ya que afectan a cualquier rincón del gigante norteamericano. La responsabilidad de reformar su sistema electoral y otras vicisitudes constitucionales, depende de que, por un fin patriótico común, los dos estén unidos.

Comentarios

  1. Me ha parecido un artículo brillante y de rabiosa actualidad. Es un placer leerte, como siempre.
    Estoy completamente de acuerdo con el análisis de los hechos que nos presentas. Entiendo que cuando hablas de Congreso te refieres a la Cámara de Representantes.
    No comprendo como un estado supuestamente avanzado y líder para la mayoría de los estados del mundo, sigue con una constitución tan antigua –aunque parcheada- y un sistema electoral tan decepcionante.
    Considero que Biden –aunque sale reforzado por las urnas- lo va a tener muy complicado para gobernar porque EE. UU. está tremendamente polarizado, como tú bien dices en tu artículo. Y el hecho de que el negacionista Trump se presente a las elecciones de 2024 “para devolver la grandeza y la gloria a EE. UU.” es una muy mala noticia.
    Además pienso que los temas más relevantes de la política estadounidense como la abolición de la pena de muerte, la prohibición de venta de armas y el derecho al aborto regulado; deberían estar reglamentados y aprobados a nivel supraestatal.

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